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“Ayna, te llevo en el corazón” por, José Luis Martínez

José Luis Martínez

José Luis Martínez Moreno, 37 años. Hijo, nieto, bisnieto… de ayniegos. Periodista en proceso de continua revisión. Comenzó trabajando contando las pequeñas historias del día a día de la madrileña ciudad de Alcalá de Henares para luego ir enlazando diferentes puestos a uno y otro lado de la trinchera periodística tanto en Madrid como en Andalucía: Cadena COPE, Universidad de Alcalá, Diario Área, Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid…). En la actualidad es su  propio jefe, busca nuevos proyectos y nuevos retos que afrontar. 

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AYNA, EL DESTINO DE MIS SUEÑOS

Soy uno de esos ayniegos (lo siento por la RAE, pero hay cosas que no se deberían cambiar nunca, Ayna la seguiré escribiendo sin tilde) de adopción que han echado raíces en sus fértiles tierras con el paso del tiempo, aunque haya sido éste, precisamente, el que me haya alejado tanto en la distancia que sólo la visite en mis mejores sueños.

Los sueños, en unos tiempos como los actuales, son más necesarios que nunca. Nos muestran nuestros anhelos más necesarios, aquéllos que nos alejan de la cruda realidad, transportándonos por el etéreo vehículo de la imaginación a lo más hondo de nuestro corazón (aunque los sueños se fabriquen en algo tan racional como nuestro cerebro).

Yo lo hago habitualmente: viajar en sueños a ese pequeño pueblo, agarrado a la montaña como el bebé que se aferra al pecho de su madre, y en el que se puede ver pasar el Mundo, aunque sea en forma de río de aguas cristalinas y sonoro discurrir. En esos sueños, bajo por la escarpada carretera de las ‘rodeas’, tantas que no termino de recordar cuántas son, hasta llegar a ese cruce de caminos que, o nos adentra por la escarpada Sierra del Segura, o nos introduce en lo más profundo de nuestro pasado familiar.

El pueblo de Ayna

Elegido este último camino, sus empinadas calles nos llevan, como venas del cuerpo humano, hasta todos los rincones posibles del pueblo, en el que el latir de la vida se sigue oyendo, aunque muchas de sus casas estén vacías. En la mitad del camino se erige majestuosa la torre de la Iglesia, desde la que tantas veces, de pequeño, comencé a correr los ‘encierrillos’ que inyectan en la chiquillada el vicio de correr los toros cuando uno se hace mayor.

Justo al lado de la iglesia, en la Placeta, está mi hogar. La casa, con vistas a la naturaleza, mantiene ese olor a antiguo que mantienen las casas con historia, pero no la historia de los libros, si no la verdadera, la que vivimos todos y cada uno de nosotros, la que verdaderamente se debería enseñar en los colegios, la que nos humaniza y nos hace diferentes.

Allí –entre esas paredes, entre esas casas, entre esas calles- está mi corazón, o esas paredes, esas casas, esas calles están en mi corazón; nunca consigo saber cuál es el orden correcto. Y por mucho que pase el tiempo, por muy lejos que yo esté, seguiré siendo uno de esos ayniegos por el mundo que, sin haber nacido allí –ni siquiera en sus alrededores- se siente de allí.

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